Gurú del
urbanismo dice que las ciudades desintegran la convivencia
Para
Rafael Moneo se perdió la esencia de la urbe como lugar para compartir. Habla
de Bogotá.
Rafael Moneo Vallés, es un reconocido
arquitecto español que gestó la última ampliación del museo del Prado, en
Madrid.Es casi un filósofo de su campo, fue decano de arquitectura de la
Universidad de Harvard, además de docente en Princeton y Columbia. Es premio
Pritzker –el más reconocido en su área– y premio Príncipe de Asturias de las
Artes, entre otros.
En entrevista aseguró que hoy las
ciudades desintegran la convivencia y que añora los tiempos en que los barrios
y las viviendas articulaban la vida urbana. También dio sus primeras
impresiones sobre Bogotá y el país.
¿Cree
que hay un divorcio entre quienes piensan en la movilidad y quienes piensan en
la arquitectura?
Es una interpretación esquemática,
pero es verdadera. Es cierto que frente a la ciudad antigua, en la que la
movilidad no era un factor tan importante, la residencia constituía el núcleo o
la sustancia con la que se construían las ciudades, hoy sí es la movilidad la
que las construye. Eso da paso a una ciudad desintegrada en la que no hay
espacio para la convivencia ni para la vida social.
Los barrios modernos suelen atender
intereses económicos y hacen que la vivienda no esté integrada a la vida
urbana. Así se da esa dicotomía entre arquitectos y planificadores, y no para
ventaja de los ciudadanos.
¿Qué
tan responsables son los arquitectos de eso?
No sé si se nos puede hacer
responsables de todo lo que pasa en la ciudad. A veces los arquitectos, por
nuestro afán de trabajar, no somos lo suficientemente críticos a la hora de
seleccionar los proyectos en los que trabajamos. Creo deberíamos comprometernos
más y trabajar solo en los proyectos en los que creemos que mejoramos la
ciudad.
¿Cuál
es su impresión sobre las urbes latinoamericanas?
Latinoamérica para los europeos es
muy interesante porque, a pesar de ser naciones jóvenes, hay diferencias
notables en términos entre Chile, Argentina, Perú y Colombia. Su arquitectura
está influenciada por una geografía potente y por un material humano diverso,
gracias a su herencia indígena, española, caribeña, amazónica y pacífica.
¿Y
Bogotá?
Veo una ciudad extraordinariamente
viva en la que convergen todas esas contradicciones de población tan diversa
desde el punto de vista cultural, social y económico, pero eso, en lugar de ser
negativo, le da valor a una ciudad como esta.
Es fácil imaginar cómo, al llegar a
la sabana, tanto la población precolombina como los colonos se sintieron
sorprendidos por la fertilidad y la riqueza de la sabana y se entiende que se
lo consideraran como un excelente lugar para asentarse.
El 70 por ciento de la población
mundial vivirá en ciudades. ¿Qué retos tienen?
Las urbes deben ser el marco para las
relaciones humanas, es lo más importante. Yo pienso, por ejemplo, en mis
tiempos de niño, cuando vivía en una ciudad en la que había aún cierta
ruralidad y ahí, donde apenas había unos 20.000 habitantes, era fácil entender
lo que era la vida en la ciudad, pero ya no.
No me refiero a que haya existido más
contacto con la naturaleza, sino con el medio urbano, es decir, eran ciudades
en las que se disfrutaba esa proximidad de barrio, en el que había una
sensación permanente de pertenencia a un grupo. Algo que ya no puede pensarse
en asentamientos en los que la gente vive a varios kilómetros entre sí.
¿Cuál
de sus proyectos lo enorgullece más?
Es difícil decir, pero escogería algunos
que han tenido más aceptación como el museo de Mérida. También he tenido la
suerte de trabajar en Madrid con edificios públicos como la estación de Atocha
y el museo del Prado. Servir a la ciudad en la que uno vive es una gran cosa
para un arquitecto.
También soy profesor de universidades
en Estados Unidos y eso ha hecho que vea mi vida profesional con la sensación
de haber tenido la oportunidad de manifestar aquello en lo que creo.
¿Hoy
las ciudades sí se construyen para la gente?
Me gustaría que así fuera, pero quizá
estamos viviendo en tiempos en que la cultura urbana considera a la vivienda
como un bien cambiable y económico. Eso no es bueno, porque no se les presta
atención a las ciudades como lugar de encuentro.
Hay que recuperar las ciudades de
antes, en la que la vivienda era más que una moneda corriente, una en la que la
gente se desarrolle como persona y comparta. Y eso debería ser una norma.
Tomado de: eltiempo.com
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