Gurú del urbanismo dice que las ciudades desintegran la convivencia
Para Rafael Moneo se perdió la esencia de la urbe como lugar para compartir. Habla de Bogotá.

 Rafael Moneo será ponente en la XXIV Bienal de Arquitectura.

Rafael Moneo Vallés, es un reconocido arquitecto español que gestó la última ampliación del museo del Prado, en Madrid.Es casi un filósofo de su campo, fue decano de arquitectura de la Universidad de Harvard, además de docente en Princeton y Columbia. Es premio Pritzker –el más reconocido en su área– y premio Príncipe de Asturias de las Artes, entre otros.
En entrevista aseguró que hoy las ciudades desintegran la convivencia y que añora los tiempos en que los barrios y las viviendas articulaban la vida urbana. También dio sus primeras impresiones sobre Bogotá y el país.
¿Cree que hay un divorcio entre quienes piensan en la movilidad y quienes piensan en la arquitectura?

Es una interpretación esquemática, pero es verdadera. Es cierto que frente a la ciudad antigua, en la que la movilidad no era un factor tan importante, la residencia constituía el núcleo o la sustancia con la que se construían las ciudades, hoy sí es la movilidad la que las construye. Eso da paso a una ciudad desintegrada en la que no hay espacio para la convivencia ni para la vida social.
Los barrios modernos suelen atender intereses económicos y hacen que la vivienda no esté integrada a la vida urbana. Así se da esa dicotomía entre arquitectos y planificadores, y no para ventaja de los ciudadanos.
¿Qué tan responsables son los arquitectos de eso?

No sé si se nos puede hacer responsables de todo lo que pasa en la ciudad. A veces los arquitectos, por nuestro afán de trabajar, no somos lo suficientemente críticos a la hora de seleccionar los proyectos en los que trabajamos. Creo deberíamos comprometernos más y trabajar solo en los proyectos en los que creemos que mejoramos la ciudad.
¿Cuál es su impresión sobre las urbes latinoamericanas?

Latinoamérica para los europeos es muy interesante porque, a pesar de ser naciones jóvenes, hay diferencias notables en términos entre Chile, Argentina, Perú y Colombia. Su arquitectura está influenciada por una geografía potente y por un material humano diverso, gracias a su herencia indígena, española, caribeña, amazónica y pacífica.
¿Y Bogotá?

Veo una ciudad extraordinariamente viva en la que convergen todas esas contradicciones de población tan diversa desde el punto de vista cultural, social y económico, pero eso, en lugar de ser negativo, le da valor a una ciudad como esta.
Es fácil imaginar cómo, al llegar a la sabana, tanto la población precolombina como los colonos se sintieron sorprendidos por la fertilidad y la riqueza de la sabana y se entiende que se lo consideraran como un excelente lugar para asentarse.
El 70 por ciento de la población mundial vivirá en ciudades. ¿Qué retos tienen?
Las urbes deben ser el marco para las relaciones humanas, es lo más importante. Yo pienso, por ejemplo, en mis tiempos de niño, cuando vivía en una ciudad en la que había aún cierta ruralidad y ahí, donde apenas había unos 20.000 habitantes, era fácil entender lo que era la vida en la ciudad, pero ya no.
No me refiero a que haya existido más contacto con la naturaleza, sino con el medio urbano, es decir, eran ciudades en las que se disfrutaba esa proximidad de barrio, en el que había una sensación permanente de pertenencia a un grupo. Algo que ya no puede pensarse en asentamientos en los que la gente vive a varios kilómetros entre sí.
¿Cuál de sus proyectos lo enorgullece más?

Es difícil decir, pero escogería algunos que han tenido más aceptación como el museo de Mérida. También he tenido la suerte de trabajar en Madrid con edificios públicos como la estación de Atocha y el museo del Prado. Servir a la ciudad en la que uno vive es una gran cosa para un arquitecto.
También soy profesor de universidades en Estados Unidos y eso ha hecho que vea mi vida profesional con la sensación de haber tenido la oportunidad de manifestar aquello en lo que creo.
¿Hoy las ciudades sí se construyen para la gente?

Me gustaría que así fuera, pero quizá estamos viviendo en tiempos en que la cultura urbana considera a la vivienda como un bien cambiable y económico. Eso no es bueno, porque no se les presta atención a las ciudades como lugar de encuentro.
Hay que recuperar las ciudades de antes, en la que la vivienda era más que una moneda corriente, una en la que la gente se desarrolle como persona y comparta. Y eso debería ser una norma.



Tomado de: eltiempo.com

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